Si alguien se hubiera tomado una foto a comienzos del 2015 en el nevado Santa Isabel en el Parque Nacional Natural Los Nevados, en el Eje Cafetero, y luego hubiera regresado a ese mismo punto, pero en abril de este año, hubiera estado ocho metros más debajo de donde en principio se paró.
En 10 meses, entre junio del 2015 y abril del 2016, cuando se vivió con intensidad El Niño, el glaciar Santa Isabel disminuyó en su espesor ocho metros, cinco metros más de lo que normalmente pierde en un año.
Pero el azote de El Niño fue especialmente fuerte entre noviembre del año pasado y marzo del 2016 cuando el derretimiento fue de cinco metros, es decir, solo en cuatro meses desapareció más del doble de nieve que lo que anualmente se desvanece de estos picos.
Los alarmantes datos , fueron compilados y analizados por el Ideam en el nevado Santa Isabel, en el Parque de Los Nevados, y en el glaciar Ritacuba Blanco del Parque Nacional El Cocuy, con el fin de entender cómo afectó a estos ecosistemas el paso de El Niño, considerado por agencias internacionales de meteorología como el segundo más fuerte en la historia.
De acuerdo con el análisis del instituto, el impacto más tenaz se vivió en Santa Isabel, por ser un glaciar de tamaño más pequeño y de menor altura que el Cocuy. Nada más, en la parte norte de este nevado, conocida como el glaciar Conejeras, se perdió el 33 por ciento del volumen. Lo crítico es que en los últimos dos años (de enero del 2014 a abril del 2016) hubo una disminución del 62 por ciento.
No cae nieve
La dramática caída se puede explicar por la poca nubosidad que se ha concentrado sobre estas tierras blancas lo que ha hecho que sea casi nula la caída de nieve y a su vez, estar de frente al sol, ha provocado que los diferentes tipos de radiación solar aumenten el derretimiento.
De hecho, según el Ideam, prácticamente desde julio del 2014 no se han registrado acumulaciones de nieve significativas para este ecosistema. En otras palabras, sin la nieve que cae del cielo básicamente el glaciar no tiene cómo ‘alimentarse’.
Además, a esto se le debe sumar, la presencia de ceniza volcánica en toda su superficie (situación evidente desde el 2013) que ha ayudado a que la nieve se derrita en mayor cantidad.
En el caso del Ritacuba Blanco, en El Cocuy (Boyacá), se perdió 3,3 metros de espesor en la fase más fuerte de
El Niño; normalmente, al año solo se pierde un metro en promedio entre la parte alta y baja del nevado.
Aunque esta pérdida de nieve podría significar mayor aumento de agua para las lagunas y los campesinos que viven al pie de estos lugares, según el mismo Ideam, por el tamaño tan pequeño de nuestros glaciares ni siquiera esta agua de más logra abastecerlos.
Sin recuperación
La advertencia es aún más crítica, porque difícilmente los nevados recuperarán la masa glaciar. Según Ómar Franco, director del Ideam, al ser un país tropical y sin estaciones es difícil que se recarguen nuevamente los glaciares.
De hecho, en el pasado fenómeno de La Niña, que se dio en el 2011, se observó una mejoría, no obstante fueron masas que en cuestión de tres meses desaparecieron de la superficie rocosa.
Actualmente, existe una probabilidad del 76 por ciento de que este fenómeno, caracterizado por el aumento de lluvias, comience a sentirse en el país en octubre próximo.
Franco explica que se están haciendo valoraciones a través de imágenes satelitales para conocer cuál fue el impacto en la Sierra Nevada de Santa Marta.
El Niño afectó a más de 700 municipios
Tras 15 meses de fuerte sequía (desde marzo del 2015 a mayo de este año), el fenómeno de El Niño finalizó oficialmente en la última semana de mayo, cuando ya científicamente se comprobó que hay un enfriamiento en las aguas del Pacífico.
El saldo para el país no es menor. Esta sequía dejó en los niveles históricos más bajos al río Magdalena, 237 municipios en calamidad por desabastecimiento de agua y más de 700 con alguna afectación.
El fenómeno le costó al país, en prevención y atención de emergencias, 1,6 billones de pesos. Sin embargo, el impacto en la economía puede superar esta cifra, porque se debe contabilizar los efectos en la agricultura, el sector energético, y en definitiva, sobre las consecuencias en la calidad de vida de los colombianos.
En total, por incendios se perdieron más de 188.000 hectáreas de bosque, que equivalen a tres veces el área de una ciudad como Cali (Valle del Cauca).
