¿Fantasmas en el Congreso? Vea lo que encontró una médium




Aunque este lugar fue fundado hace 32 años, sus muros, patios y habitaciones guardan los recuerdos de hace tres siglos. Allí habitaban las novicias del convento Santa Clara (claustro de las hermanas clarisas), mujeres alejadas del mundo exterior.



Hoy dicen que su presencia aún no se ha apartado del lugar, pues sus voces, pasos y sombras ahora son la compañía de quienes trabajan aquí. Varios de ellos, como Sandra Ortiz, jefe de la división de Recursos Humanos de ese sitio, empiezan el día con la Biblia en la mano, rezan, se encomiendan y hasta han llevado sacerdotes para que purifiquen el lugar.




“Rezamos para que esas almas descansaran en paz”. Pero los sustos siguen. El más reciente fue hace dos meses. “Estábamos –agrega Sandra– en una reunión, en pleno día, con seis funcionarios cuando empezamos a escuchar unos quejidos, como si alguien se estuviera muriendo. Nos acercamos para entrar y nos cerraron la puerta. Lo único que hicimos fue orar y pedirle a Dios que lo que estuviera ahí se fuera”.

“El año pasado –continúa– entramos tres personas y abrimos las ventanas. Nos fuimos a imprimir unos papeles y cuando regresamos, estaban cerradas. No había nadie más y lo aterrador es que esas ventanas son pesadas y no se pueden cerrar con un simple viento”.

Las sillas de su oficina son grandes, pesadas, de cuero verde. De ese tipo de muebles que necesitan la fuerza de dos personas para moverlos. “Un día, todos estaban en sus labores –narra Ortiz– cuando uno de esos sofás se movió con tal fuerza que terminó en la mitad del salón”.

Pero la noche no es ajena a todos estos sucesos. Los policías que prestan servicio al declinar el día también tienen historias para contar. Uno de ellos asegura que vio las sombras de las monjas subiendo por las escaleras; otro agente, a un niño desnudo en el techo, y un tercer uniformado afirma haber visto también a un pequeño corriendo alrededor de la fuente. Los tres estaban de turno el pasado jueves.

“Muchos prefieren pasar la noche en la calle que quedarse aquí –dice un agente–. A veces no pasa nada, pero no hay que buscar lo que no se le ha perdido a uno y por eso no entro a esos rotos donde dormían las monjas”.

El personal del servicio tampoco se escapa. “Las veces que me han pasado cosas han sido en el baño. Una vez entré a las 5:45 a.m. Estaba sola, sentí que alguien venía lentamente entrando y vi un bulto negro, una sombra. Di la vuelta, no vi nada y de una vez, me supuse lo que era. Como a los dos meses volví a ver una sombra, pero esta vez sí me paralicé y no pude ni hablar”, cuenta Carmina Besbal, aseadora.

En esta casa, el patio principal está rodeado por tres pisos de oficinas. Es fría. Ese helaje lo sintió una pareja de esposos a quien una funcionaria les prestó el baño. “Después –recuerda– me los encontré en la Plaza de Bolívar y la señora me contó que habían sentido un tropel de gente y que los habían pisado luego de haberle dicho a su esposo que allí hacía un frío el h.p.”.

Tal vez una de las razones por las que asustan en este lugar es que tiene un cementerio. La prueba de ello es una especie de sótano a la entrada de la biblioteca, que, efectivamente, guarda huesos en su interior. “Hace poco estaba descubierto. Eso era lo primero que veían los visitantes. Algunos se enredaban, por eso lo taparon”, explica otro agente que también cree que estos fantasmas pueden ser causa de la sugestión.

En la casona, muy cerca de la Plaza de Bolívar, prefieren ir al baño acompañados.

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